Que las cicatrices sean recuerdos y no excusas para no volver a amar.




Todos, alguna vez en la vida, hemos tenido una decepción amorosa que nos ha marcado , que nos ha destrozado la vida, los sueños, las ganas y las ilusiones. Nos han engañado, nos han mentido e, incluso, nos han dejado por alguien más. Son relaciones que nos dejan devastados a tal grado de creer que nunca más nos volveremos a enamorar y nos cerramos al amor.



Intentamos cerrar el corazón para vivir sin presiones, para no sufrir, cuando lo que realmente queremos es, cerrar nuestra mente para evitar más desilusiones, frustraciones y fracasos. Nos volvemos alérgicos al amor alejándonos por completo de cualquier tipo de sentimiento. Pero después de todo, creo que es normal, ya que el termino de una relación nos deja casi siempre un mal sabor de boca, una amarga sensación a fracaso.
Y muchas veces, en el fondo, vivimos llorándole a un pasado que no queremos dejar ir. Nos aferramos al dolor permitiendo que los recuerdos y los pensamientos llenen nuestra mente, cada grieta y cada ranura de nuestras vidas. Tocamos cicatrices que nos recuerdan el daño provocado.
El miedo de volver a sufrir nos lleva a no querer iniciar otr relación,  a evitar enamorarnos , y es comprensible, porque no sólo perdemos a una persona especial en nuestra vida, también perdemos esa parte en la que nos convertimos cuando estamos con ella.

Sería muy triste convertirnos en personas solitarias que por temor a sufrir, eliminamos de nuestra vida el deseo de sentir, de conocer y arriesgarnos por alguien más, de arriesgarnos a enamorarnos otra vez. Después de todo, los corazones rotos se curan, pero los protegidos se convierten en piedras.