Podría decirle que con él conocí el amor verdadero, y que sólo a su lado tuvieron sentido todas esas imágenes románticas que nos pintan en las películas de enamorados. Podría decirle que con él aprendí que cuando uno ama de verdad, incluso los defectos se convierten en virtudes, y las debilidades en fortalezas.
Podría contarle que gracias a él vencí muchos de mis temores y derribé barreras para experimentar a su lado muchas cosas nuevas que nunca antes me hubiera atrevido a hacer, que con él aprendí que nunca debes decir nunca porque llegará el día en el que te atreverás a hacerlo por una persona especial, y que no se puede decir “basta, es suficiente”, sin decir primero “está bien, probemos”.
Podría decirle que su personalidad arrogante y su manera cínica de ver el mundo era justo lo que yo necesitaba en mis momentos más difíciles, porque alguien que pensara como yo solamente me habría hundido más. Efectivamente, de él me fascinaba su apariencia imperturbable, su carácter rudo y su fría fortaleza, aunque yo bien sabía lo que había detrás de esas sólidas murallas.
Podría contemplar su rostro todo el tiempo, así, como si estuviera hipnotizada, porque hay algo mágico y magnético en su cara; quizá sean esos ojos negros que me envolvían con su oscuro misterio, un misterio que interponía entre él y el mundo porque no le gustaba que nadie se diera cuenta de que es un ser humano, que podía tener sentimientos como cualquiera; y ahí estaba yo, intentado hacerle entender que estaba bien sentirse mal de vez en cuando.
Podría decirle también que me arruinó la vida y que me hizo sufrir como nadie lo había hecho antes, que eligió la peor forma de herirme y que, aún cuando ya ha pasado mucho tiempo, la herida sigue abierta y aún duele…y mucho. Podría decirle que, pese a todo, yo siempre fui la que estuvo ahí, aún sabiendo la porquería de persona que podía llegar a ser, nunca lo abandoné, permanecí a pesar de todo, diciéndome que detrás de todo lo malo había una persona que valía la pena.
Podría llorarle y gritarle “¡no te vayas!”, pero no tendría caso. Él ya nunca llamó, ni yo lo hice, y así es como uno sabe que ese amor estaba destinado a fracasar desde un principio, un amor desequilibrado que tarde o temprano tenía que dejar caer un lado de la balanza: y en ese lado estaba yo, una ingenua soñadora que creyó encontrar al indicado en un hombre egoísta, narcisista, egocéntrico, incapaz de comprometerse y traidor.
Podría agradecerle, porque con su partida me di cuenta que merezco algo mejor, que soy una gran mujer y que me esperan cosas buenas. Agradecerle, sí, porque hoy tengo la oportunidad de amarme, respetarme y valorarme como él no supo hacerlo. Agradecerle, porque a su lado me di cuenta que soy capaz de entregarme con toda el alma y de amar sinceramente, aún cuando el otro no lo merezca. Agradecerle porque ahora sé qué clase de hombre no quiero nunca más en mi vida.
No sé si vuelva a enamorarme pronto, ni sé si volverá a ser con la misma intensidad. Pero sí sé que la próxima vez que esté con un hombre, antes de pensar en complacerlo y entregarme al cien, voy a pensar en mí misma, en mis necesidades y deseos, porque si algo me hizo mucha falta en esta tormentosa relación fue amor propio: sin él, toda relación está destinada al fracaso.